viernes, 1 de enero de 2016

VETERANOS DE AYER



“EL RAYO DE LA MUERTE,  UN ARMA REAL Y DIABÓLICA”

La historia sobre el  arma secreta con la cual, EEUU pudo conquistar Bagdad tras la invasión de 2003



Por Danny Smith

En el campo del desarrollo militar, la imaginación es el límite y muestra de ello se ha podido ver en episodios muy oscuros de la historia contemporánea. También se suele decir que “el vencedor es quien escribe la historia” pero también, el que la oculta; esto último había venido siendo una institución muy bien estructurada que basada en la coerción y las amenazas legales,  sirvió para crear relatos que acompañaran los intereses de los grandes gobiernos imperiales.

A nivel de medios y para el conocimiento público se ha venido escuchando como las armas nucleares, son la gran y única amenaza para la humanidad ante las posibilidades de una posible guerra entre aquellas naciones que tienen estas capacidades.  El balance militar de la era de la guerra fría –entre EEUU, la UE y la URSS- hoy, además de inexistente,  se encuentra claramente desbalanceado  y los actores nucleares han aumentado en número y los que ya había, hoy son mucho más poderosos. El problema de éste tipo de armas es la suciedad que produce su uso, haciendo que el territorio atacado, sea inhabitable por miles de años.

Por aquel motivo, los ingenieros de la muerte, tan listos como crueles, trabajaron desde hace más de cien años en desarrollar el arma ideal, limpia, masivamente destructiva, pero aseptica para un ejército ocupante. 

Aunque parezca una locura o un relato de ciencia ficción –fuente recurrente de éstos inventores- éste tipo de arma hace tiempo que está entre nosotros y en poder de los gobiernos más poderosos del planeta y es el llamado “rayo de la muerte”.

El desarrollo de armas laser en el campo militar tiene una larga data. Desde los descubrimientos sobre la energía eléctrica de Nicolás Tesla y que fue inmediatamente cooptada por los anónimos cerebros de la industria militar que buscaron varios usos con propósitos claramente destructivos, pasaron a etapas más avanzadas de su desarrollo y casi fuera de la imaginación. Las armas a base de rayos de plasma, han sido uno de los logros más bien silenciados en los arsenales estadounidenses y también de estados críticos como Israel.

Tan solo se han dado a conocer algunas variantes de esta arma, todos en una versión defensiva y especialmente dirigida a interceptar y destruir misiles o incluso ojivas de artillería. En sus aspectos técnicos, estos sistemas de rayos han demostrado como pueden con mucha precisión interceptar una ojiva de artillería de 120mm y pulverizarla  antes de que caiga en su blanco. Y el término “pulverizar” no está exagerado dado que se ha documentado muy bien el poder de cañones de rayos montados en torretas de navíos, plataformas fijas en tierra o incluso, en aviones con un dispositivo montado en la nariz.

Los programas  que se avocan a este tipo de armas, son los más costosos en el desarrollo de la industria militar y por abultado de sus presupuestos,  se han mantenido en la nómina “negra” de fondos sin límite. 

Cuando se especulo sobre sus posibles usos ofensivos –como en las películas de ficción- tanto los expertos como los analistas militares soltaban una carcajada como una forma de desacreditar los rumores sobre su existencia.

Pero esas risas no son más que una pose para la opinión pública. Este tipo de ingenio no solo está a disposición de las Fuerzas Armadas estadounidenses sino que, lo tienen desde hace tiempo –bajo el más estricto secreto- y le han dado su correspondiente uso en uno de los episodios más negros de la historia contemporánea.

Tras la invasión de EEUU a Iraq en 2003, las tropas estadounidenses debieron sortear un verdadero camino entrampado, para que sus tropas pudieran llegar a cada ciudad importante del país árabe. No fue nada fácil para la infantería ni para sus “Rangers”, “Seals”  e incluso para las “Fuerzas especiales” –grupos de asesinos de la CIA- poder moverse sin encontrar resistencia.

Como siempre, los medios mostraron solo lo que convenía y nada más. La aviación estadounidense como de costumbre causó estragos en la población, pero eso no significaba que la voluntad de los defensores de las ciudades y de varios puntos estratégicos, bajaran sus armas. Cada rincón del país, de norte a sur y de este a oeste significó una pesadilla para los invasores y muchos pero muchos efectivos de esa operación, nunca más volvieron.

Para lograr entrar en varias ciudades, los norteamericanos necesitaron mucho más que sus tanques y aviones; incluso sus helicópteros corrieron una suerte bastante mala en contra de las imaginativas defensas iraquíes. En algunos sitios, los iraquíes eran fuertes y estaban tan bien atrincherados, que los tanques quedaban inermes y eran presa de los lanzadores de granadas anti tanque que esperaban a cada rincón de las esquinas de ciudades como Basora, Naseriyah, Karbala y claro, Bagdad.

Lo que se ve en las pocas películas que se han atrevido a decir algo sobre ésta invasión,  son verdaderas sandeces con el solo ánimo de autoconformar al público norteamericano y arreglar aunque sea un poquito,  la sucia cara de EEUU.   Lo cierto fue que, en aquella oportunidad para lograr abrirse camino, los estadounidenses emplearon un vehículo armado con un cañón de rayos electromagnéticos (www.globalsecurity.org-http://www.globalsecurity.org/org/news/2003/030130-ebomb01.htm ) para vencer las barricadas y bunkers que cerraban el camino a sus blindados. Según varios testigos en la lucha nocturna por el control de las inmediaciones del aeropuerto de Bagdad, dieron testimonio de que ante la imposibilidad de los invasores por lograr sus propósitos, pusieron en operaciones un “arma secreta”, que habían trasladado eventualmente para ablandar situaciones insuperables. Se trataba de un vehículo acorazado con características nunca vistas por los soldados y oficiales iraquíes.  La crónica central de este episodio, fue documentado por el investigador norteamericano  Patrick Dillon quien tras concretada la invasión, llegó a Iraq para realizar su propia investigación sobre lo que había ocurrido.

Según cita Dillon, pudo tener contacto –obviamente en la más absoluta reserva- con ex oficiales y soldados iraquíes que habían combatido contra las tropas norteamericanas en especial, en el sector de Makasib al sur del Aeropuerto Internacional de Bagdad, sitio estratégico para que los estadounidenses pudieran establecer un punto de descenso para los aviones con más tropas y equipos. Como comentaban algunas de las fuentes, “los iraquíes sabían que el aeropuerto y sus inmediaciones eran vitales para evitar la caída de la capital”.

Para las tropas estadounidenses no fue ningún reglado, incluso más; según fuentes que en aquellos momentos provenían de las guerrillas del partido Baas (Al Fedayeen), informaron que los estadounidenses  “patinaban sobre la sangre de sus propios compañeros” e incluso un intento de asalto con paracaidistas con el apoyo de vehículos lanzados desde aviones de transporte resulto en un desastre muy bien encubierto. Desde las primeras horas de la mañana del 12 de abril hasta casi la madrugada del día 13, la situación de los estadounidenses fue de total frustración ya que todos sus ataques eran rechazados por las defensas iraquíes.

Uno de los más importantes testigos era el oficial Majid Al Ghezali  quien estuvo a cargo de una de las unidades de la defensa del distrito de Makasib. Militar con varias guerras en su haber, Ghezali era ingeniero y podía identificar con bastante facilidad cualquier vehículo militar que se desplazara por un campo de batalla. Comento al investigador, que se encontraban muy bien armados e incluso con apoyo de las brigadas del “Fedayeen” que eran combatientes voluntarios partidarios de Saddam Hussein. “Teníamos todo lo necesario para detener a los americanos” comentó mientras fumaba un cigarrillo con una mano y blandía su café con la otra. “La experiencia de la guerra de 1991 nos preparó muy bien y conocíamos como reaccionaban y cuáles eran sus tácticas ante el acorralamiento” señaló al atento investigador.

Según precisaron otras fuentes, el fuego que opusieron los iraquíes a los intentos de asaltos con helicópteros de ataque “Apache” fue tan nutrido y de variado calibre que los pilotos no tenían forma de individualizar tantos blancos que para peor, hacían fuego en forma coordinada y muy organizada algo que muchos militares norteamericanos no esperaban. Sobre esto, un ex piloto de helicóptero de aerotransporte de la Marina testimonio que en aquella noche, cuando sobrevolaba a unas siete millas al este de donde se desarrollaban los enfrentamientos, pudo ver como volaban por doquier “los SA-7 y todo tipo de Manpads que combinados con los diversos cañones automáticos que tenían los iraquíes, harían imposible maniobrar para cualquier aparato por más blindaje que lo protegiera”.

La batalla que se trabo en las calles de aquel distrito, convirtieron el área en un infierno. La infantería estadounidense y sus carros blindados, que arremetieron  sobre el sector,  habían sufrido duras bajas y solo algunos de ellos, habían logrado escapar de las callejuelas de las barriadas de sur de Bagdad sin claro, dejar de mostrar las marcas de los “RPG-7” en sus laterales y rodamientos.

En un momento determinado. con sorpresa, Al Ghazeli y sus camaradas pudieron ver como los americanos inmediatamente se replegaron y tras unos minutos, apareció un vehículo que asemejaba a un acorazado pero que tenía características nunca vistas, especialmente por la torreta que llevaba encima que se asemejaba a un gran radar. Ni bien comenzó el fuego sobre aquel vehículo, surgió de la parte superior una especie de relámpago que como una “catarata” disparo un haz de luz condensada  sobre todo lo que tenía al frente. Sin discriminar entre vehículos civiles o nuestros blindados de combate, aquel haz de luz –que no hacía ningún sonido- al tocar a alguno de ellos, producía una reacción tan increíble como horrorosa. Simplemente, los coches, buses o blindados se derretían hasta convertirse en metal líquido sobre el pavimento.

Lo peor de todo, era que en muchos de estos vehículos que eran licuados, había civiles, hombres, mujeres y niños que, como el caso de un autobús que circulaba en las inmediaciones, literalmente desaparecieron en medio de esa espantosa reacción creada por algún pulso electromagnético. Tal como siguió relatando Al Ghazeli, cuando ese rayó tocaba a una persona, fuera civil o soldados, lo carbonizaba instantáneamente, reduciendo su tamaño casi al de un neonato.  La visión era simplemente shockeante y como lo dijo al investigador norteamericano, “son imágenes muy difíciles de olvidar y estarán conmigo por el resto de mi vida”.

Al Ghazeli describió al vehículo como si fuera algo así, como –en su propósito- un tipo de “lanzallamas” pero no lanzaba flamas de fuego, sino que, si algo estaba seguro, se trataba de alguna fuente de energía nuclear usada en forma de plasma. Ante semejante arma, era imposible presentar oposición por lo cual, los que pudieron escapar lo hicieron y los que no lo lograron fueron desintegrados en la huida. Los efectos de esta infernal arma y de otras,  se pudieron ver en los hospitales de Bagdad, donde niños, hombres y mujeres presentaban heridas nunca vistas por los médicos. Miembros quemados por alguna exposición radiactiva de altísimo grado; “ojos fritos”, decapitaciones cauterizadas  y otras aberraciones similares, fueron vividas y documentadas por los médicos iraquíes (http://www.liveleak.com/view?i=023_1221082926 ).

Tras el paso de este vehículo que desintegro todos los vehículos y posiciones que hallaba a su paso, tras su retirada del escenario, llegaron las tropas regulares y usando palas mecánicas, comenzaron a retirar los restos derretidos de los coches y vehículos derretidos, como así también, a los restos de iraquíes que habían quedado reducidos a pequeñas masas informes de carbón humeante para ser enterrados en fosas comunes no lejos del área. El objeto de ello, era cubrir los rastros del uso de esta arma. Era posible que los militares norteamericanos creyeran que habían acabado con cualquier potencial testigo de aquello  y tras cerciorase de que no habían sobrevivientes, con rapidez procedieron a “limpiar la escena”.


Igualmente y pese a la estricta censura que caracterizo a esta guerra y especialmente sobre el uso de estas aberrantes armas sobre la población, el testimonio de Al Ghazeli y de muchos otros iraquíes que vieron estas execrables armas en acción, pudieron salir a la luz por trabajos como el del investigador y veterano Patrick Dillon quien sin dudarlo y con los riesgos que ello conllevaba, los expuso a la opinión pública estadounidense y mundial.

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